viernes, 13 de marzo de 2015

Apps are killing the network?

http://www.expansion.com/2014/11/20/empresas/tecnologia/1416512333.html?cid=SMBOSO22801&s_kw=linkedin

traducido por Federico Dilla

Apps are killing the network?


Christopher Mims 0

The network design -that thin coating covering the technical murmur that is Internet- is dying. And the way he's dying is more far-reaching implications than virtually any other technological issue today.

Think of your mobile phones. All those little icons on the screen are applications, not websites, and operate very differently than does the network.

Mountains of data tell us we spend time applications that once watched surfing the Internet. We are in love with the applications, and these have been imposed. On phones, 86% of our time is dedicated to applications, and only 14% to the network, according to mobile analytics firm Flurry.

Everything about applications seem an advantage for users: they are faster and easier to use than the above. But underneath all that convenience there is something sinister to the same openness that allowed Internet companies grew to become one of the most powerful or important in the XXI century firms.

For example, consider the activity more for electronic commerce: accept credit cards. When Amazon.com debuted on the Internet, had to pay several percentage points in transaction fees. But Apple keeps 30% of every operation performed in a sold through its App Store app, and "very few companies in the world can withstand give that slice" says Chris Dixon, an equity investor risk Andreessen Horowitz.

App stores that are tied to operating systems and devices are lattices gardens where Apple, Google, Microsoft and Amazon set the rules. For a while, that allowed Apple to ban bitcoin, a currency alternative for many technologists is the most revolutionary development in the Internet from the hyperlink. Apple usually prohibits applications that violate their policies or their tastes, or compete with their own software and services.

But the problem with applications is much deeper than the control they can exert over them centralized agencies. The network was invented by academics whose goal was to share information.

None of those involved knew they were shaping the greatest creator and destroyer of wealth ever known. So, unlike app stores, there was no way to control the first network. Arose rules setting bodies such as the UN but for the programming language. Companies had wanted removed each map were forced, by the very nature of the Internet, to agree common language revisions pages.

The result: anyone could create a website or launch a new service, and anyone could access it. Google was born in a garage. Facebook was born in the dormitory of Mark Zuckerberg. But the app stores do not work well. Currently, lists of most downloaded applications encourage consumers to adopt these applications. The search app stores malfunctioned.

The network consists of links, but applications do not have a functional equivalent. Facebook and Google try to fix it by creating a standard called "deep link", but no fundamental technical barriers to applications behave like websites. Internet want to expose information. He was so dedicated to sharing above all that did not incorporate a means to pay for things, which some of his early architects lament today, as it forced the network to survive on advertising-based model.

Internet was not perfect, but created public spaces where people could exchange information and goods. He forced companies to develop technology that was explicitly designed to be compatible with the technology of competition.

Today, applications are imposed, network architects are deserting. The latest experiment of Google for email, Inbox, is available for operating systems Android and Apple, but the network does not work in any browser other than Chrome. The process of creating new Internet standards has stalled. Meanwhile, companies with app stores strive to theirs are better than those of its competitors-and completely incompatible.

Many industry observers believe that this is logical. Ben Thompson, an independent technology analyst, thinks the application domain is the "natural state" of the software.

Unfortunately, I must agree. The history of computing the up companies trying to use their market power to shut out rivals, although this is negative for innovation and consumer.

That does not mean that the network will disappear. Facebook and Google still depend on her to deliver a stream of content that can be accessed from any application. But even the network of documents and news could disappear. Facebook announced plans to host the work of publishers within Facebook itself, turning the network into a mere curiosity, a relic.

I think the Internet was a historical accident, an anomalous instance of a powerful new technology that went almost directly to be a research laboratory funded by the State to the public. He caught unawares giants like Microsoft, and provoked the kind of revolution that the most powerful technology companies now prefer to avoid.

Not that the current kings of the world of applications want to crush innovation. What happens is that in the transition to a world where services are provided by applications, rather than on the Internet, we are entering a system that hinders more innovation, unexpected discoveries and experimentation for developers of things that depend Internet. And today, that means nearly everyone.


Las aplicaciones están matando a la red

20.11.2014Christopher Mims0
La red —ese delgado revestimiento de diseño que recubre el murmullo técnico que constituye Internet— está muriendo. Y la forma en la que lo está muriendo tiene implicaciones más trascendentales que prácticamente cualquier otro asunto tecnológico en la actualidad.
Piensen en sus teléfonos móviles. Todos esos pequeños íconos en la pantalla son aplicaciones, no páginas de Internet, y funcionan de un forma muy distinta a como lo hace la red.
Montañas de datos nos dicen que dedicamos a las aplicaciones el tiempo que en su momento dedicábamos a navegar por Internet. Estamos enamorados de las aplicaciones, y éstas se han impuesto. En los teléfonos, el 86% de nuestro tiempo lo dedicamos a las aplicaciones, y sólo el 14% a la red, según la empresa de análisis móvil Flurry.
Todo lo referente a las aplicaciones parece una ventaja para los usuarios: son más rápidas y más fáciles de usar que lo anterior. Pero debajo de toda esa conveniencia hay algo siniestro: el fin de la misma apertura que permitió que las empresas de Internet crecieran para convertirse en unas de las firmas más poderosas o importantes del siglo XXI.
Por ejemplo, pensemos en la actividad más para el comercio electrónico: aceptar tarjetas de crédito. Cuando Amazon.com debutó en Internet, tenía que pagar varios puntos porcentuales en comisiones por transacciones. Pero Apple se queda con 30% de cada operación que se realiza dentro de una aplicación vendida a través de su App Store, y “muy pocas empresas en el mundo pueden soportar ceder esa tajada”, dice Chris Dixon, un inversor de capital de riesgo de Andreessen Horowitz.
Las tiendas de aplicaciones, que están ligadas a sistemas operativos y dispositivos particulares, son jardines enrejados donde Apple, Google, Microsoft y Amazon fijan las reglas. Durante un tiempo, eso permitió a Apple prohibir bitcoin, una moneda alternativa que para muchos especialistas en tecnología es el desarrollo más revolucionario en Internet desde el hipervínculo. Apple prohíbe habitualmente aplicaciones que violan sus políticas o sus gustos, o que compiten con su propio software y servicios.
Pero el problema con las aplicaciones es mucho más profundo que el control que pueden ejercer sobre ellas organismos centralizados. La red fue inventada por académicos cuya meta era compartir información.
Ninguno de los implicados sabía que estaban dando forma al mayor creador y destructor de riqueza que se haya conocido. Así que, a diferencia de las tiendas de aplicaciones, no había forma de controlar la primera red. Surgieron organismos que fijan reglas, como Naciones Unidas pero para el lenguaje de programación. Empresas que hubieran querido eliminarse mutuamente del mapa se vieron obligadas, por la misma naturaleza de Internet, a acordar revisiones del lenguaje común para páginas.
El resultado: cualquiera podía crear una página de Internet o lanzar un servicio nuevo, y cualquiera podía acceder a él. Google nació en un garaje. Facebook nació en la residencia estudiantil de Mark Zuckerberg. Pero las tiendas de aplicaciones no funcionan así. En la actualidad, las listas de aplicaciones más descargadas incitan a los consumidores a adoptar esas aplicaciones. La búsqueda en las tiendas de aplicaciones no funciona bien.
La red está compuesta de enlaces, pero las aplicaciones no tienen un equivalente funcional. Facebook y Google intentan solucionarlo al crear un estándar llamado “enlace profundo”, pero hay barreras técnicas fundamentales para lograr que las aplicaciones se comporten como páginas de Internet. Internet quería exponer información. Estaba tan dedicada a compartir por encima de todo que no incorporaba un medio para pagar por cosas, algo que algunos de sus primeros arquitectos lamentan hoy en día, ya que obligó a la red a sobrevivir con un modelo basado en la publicidad.
Internet no era perfecto, pero creó espacios comunes donde la gente podía intercambiar información y bienes. Obligó a las empresas a desarrollar tecnología que estaba diseñada explícitamente para ser compatible con la tecnología de la competencia.
Hoy en día, que las aplicaciones se imponen, los arquitectos de la red la están abandonando. El experimento más reciente de Google para el correo electrónico, Inbox, está disponible para los sistemas operativos de Android y Apple, pero en la red no funciona en ningún navegador a excepción de Chrome. El proceso de creación de nuevos estándares de Internet se ha estancado. Entre tanto, las empresas con tiendas de aplicaciones se esfuerzan para que las suyas sean mejores que las de sus competidores—y completamente incompatibles.
Muchos observadores de la industria creen que esto es lógico. Ben Thompson, un analista independiente de tecnología, piensa que el dominio de las aplicaciones es el “estado natural” del software.
Lamentablemente, debo coincidir. La historia de la informática la conforman empresas que intentan usar su poder de mercado para dejar fuera rivales, aunque esto sea negativo para la innovación y para el consumidor.
Eso no significa que la red vaya a desaparecer. Facebook y Google aún dependen de ella para ofrecer un flujo de contenidos al que se pueda acceder desde las aplicaciones. Pero incluso la red de documentos y noticias podría desaparecer. Facebook anunció planes para albergar el trabajo de las editoriales dentro del propio Facebook, convirtiendo a la red en una mera curiosidad, en una reliquia.
Creo que Internet fue un accidente histórico, una instancia anómala de una poderosa tecnología nueva que pasó casi directamente de ser un laboratorio de investigación financiado por el Estado al público. Cogió desprevenidos a gigantes como Microsoft, y provocó el tipo de revolución que las empresas de tecnología más poderosas actualmente preferirían evitar.
No es que los reyes actuales del mundo de las aplicaciones quieran aplastar la innovación. Lo que ocurre es que en la transición a un mundo donde los servicios se proporcionan a través de aplicaciones, más que en Internet, estamos entrando en un sistema que dificulta mucho más la innovación, los descubrimientos imprevistos y la experimentación para quienes desarrollan cosas que dependen de Internet. Y hoy, eso significa prácticamente todo el mundo.